domingo, 3 de agosto de 2008

We are the world, we are the children


Recuerdo que desde hace tiempo no sentía tanta sensación de pregunta, tampoco había deseado tanto rebobinar la caja de vida, hasta aquellas imágenes congeladas por el tiempo frío, que merodean cual mariposa atontada por mi cabeza. Recuerdo que cuando escaseaba de años -y también de tanta cosa en mente-, me preguntaba constantemente qué se sentiría ser grande, así como todos esos niños tan firmes que observaba largo rato desde mi sala. Tenían dieciocho y por tanto, eran ya hombres grandes, independientes, se movían con cierta arrogancia y muchas veces demostraban su poder cuando nos pedían colación para luego robárnosla, cuando nos inventaban sobrenombres peyorativos o cuando nos hacían zancadillas y se burlaban de las brutales caídas.

Recuerdo que tomaba mis lápices, una hoja pulcra de cuaderno escolar y comenzaba a ilustrar oníricamente “Cómo gustaría ser cuando grande”- o quizás debiera decir “lo que me hubiese gustado ser”-, recuerdo que mis dibujos eran pertenecientes a muchos otros lugares, alejados de toda materialidad y razón. Aquella vez dibujé algo curioso, estaba yo, en formas nítidas pero más bien irregulares, a un costado de la hoja, con una mano gigante y la otra detrás, sostenía un mundo en la primera y una estrella en la cabeza salpicaba amarillo radiante, junto a mi, un montón de objetos pequeños grisáceos, aclanados, vibrantes, como una multitud en un solo sentido.

Recuerdo que tomaba desayuno todos los días, me vestía con calma y ligereza, despertar era fácil, tomaba la mano de mi padre y con una tonelada de energía fresca caminábamos hacia el colegio hablando de lo increíble que podía ser el futuro si uno estudia. Allí mostré mi dibujo a mi querida profesora, ella sólo miraba algo preocupada y me decía un sencillo hilo de palabras “está muy bonito”, pero nunca entendí la razón del trasfondo oscuro y temeroso entre sus ojos maternales. Cuando estaba en casa aún poseía tanto o más entusiasmo, recuerdo que cuando mi madre me decía que debía hacer las tareas, iba sin mayor problema, me sentaba y abría el libro, -siempre llegaba a esto-, me daba cuenta de que sabía como hacerla sin necesitar de la ayuda de nadie. Mi ánimo subía más y también la pintura ególatra de niño en la edad del “yo soy el mejor y el centro del universo”.

Recuerdo que al llegar la tarde asumía el paso del tiempo, aún así podía detenerlo hasta extender un segundo e impregnarlo en cada vestigio de imaginación, bastaba solo ser niño para pasar un verdadero siglo jugando y creando, bastaban un par de objetos sin relación entre si, bastaba la diversión, la simpleza, la alegría, las ansias, la curiosidad, pero por sobre todo, bastaba solo la vida.

Recuerdo que cuando crecimos, jamás nos dimos cuenta de que todo se ha reducido, que comenzamos a conocer otras formas, que ya no existen espacios para correr, algunos morimos atorados en el reloj, otros se quedaron postrados esperando que la suerte les brinde un destino a su puerta, hay algunos que desconocen su identidad y poseen enormes vacíos en su centro, existen los que se pierden y los que creen, existen los que cambiaron juguetes por incertidumbre, existen los que tienes dieciocho con claridad y existen aquellos que aún no ven nada más que su propio miedo. Existen los que se quedaron enredados en los dibujos infantiles, existen los que se creen grandes, los que quieren ser niños, los rebeldes, los perezosos, los luchadores, los despistados, los despreocupados, los que no toman desayuno para no llegar tarde, los que no pueden salir de la cama por las mañanas, los que odian, los que guardan resentimiento, los que olvidaron su infancia o no la tuvieron, los que hablan, los que callan. Nunca nadie nos advirtió que la velocidad del tiempo es impensable, y a veces aterradora, nunca nadie nos dijo que nuestros dibujos eran sólo sueños de niños, nunca nadie nos habló del lugar donde realmente vivimos, fuera de filtros ingenuos, nunca nadie nos dijo que nos transformaríamos en Zombis de ojeras profundas, en un cúmulo de interrogantes, en total adversidad y en total vulnerabilidad. De pronto tienes dieciocho, de pronto eres adulto, y estás parado en el límite, revisas los pasajes de antaño, y te preguntas ¿Ha servido todo esto para lo que viene?, luego te detienes, suspiras y formulas: ¿Qué demonios es lo que viene?, y es aquí cuando vienen esos maravillosos flash back que proporcionan un cierto alivio falso .De pronto tienes dieciocho y te sientes aún de diez, como para justificarte, de pronto cae la realidad sobre tus hombros, pero ¿Qué puedes hacer?, aún te sigues sintiendo de diez.

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