sábado, 15 de noviembre de 2008

Para aquellos niños, Que siempre juntos nunca se han visto.




*No.
Esto no tiene sentido.
Es evidente la estupidez
Las manos me tiemblan cuando vienes,
Porque no sé que quiero realmente de toda esa delicadeza tuya,
Aquella que no dejas salir, aquella que guardas sólo para que yo pueda disfrutarla.
Te silencias demasiado y yo oculto demasiado, así ¿Cómo vamos a llegar a la
cúspide?
Sólo puedo decir que esta ridícula situación se me hace irresistible, un juego eterno de
Propia. . .

¡Negación!

Las puertas que no cerraron bien, las ventanas con bisagras oxidadas y la sonajera de las tablas.
Ellos son el problema.
No hay certeza en nuestros pasos,
Ni noción alguna de mí como en
función de ti.

Nuestra casa se desarma, y la lluvia inunda el cerebro.
Pero quedan pocos segundos.

Para tomar una decisión azucarada o un café con helado.

O tal vez podría tomar tu mano y lanzar todo y ya…

Queda poco.
Queda sentir aún
Y
Reconocer
Será mi misión.




...Te quiero.
.....Eso sí
........Es como agua.





Lila Andelizha


sábado, 1 de noviembre de 2008

Colegas, esto es el Arte corriente


En un viaje en metro puedes conocer a tanta gente como la que nos gustaría conocer en una fiesta, o cualquier tipo de reunión social, -en la que precisa y paradójicamente, reluce nuestra parte más antisocial- es que es así, al menos es mi caso y el de tantos otros. Resulta que estás ahí inserto –como animal nuevo que recién llega a un Zoológico-, incomodo, las manos te sudan, sientes que todos te miran extrañados o con fines mal intencionados, -tengan en cuenta mi paranoia también-, por desgracia, a penas conoces a algunos individuos de vista, al dueño de la casa, a veces y por si a caso, y justo la persona que debe llegar para salvarte, -ya sea el amigo del amigo de equis, que justo por obra y gracia del espíritu santo también se supone que asistirá a la fiesta- no se aparece por ninguna parte, y nadie sabe de su paradero ni de su designio justo cuando más necesitas de su ser. Es gracioso, justo en esos momentos, colapso, si, me podrán identificar fácilmente cuando vean a una muchacha más bien seria, con una gota de sudor delatadora deslizándose por las sienes, los ojos hundidos en el vaso de alguna bebida o en el vaivén del humo de un cigarrillo nerviosamente gastado.


Bueno, eso fue un breve paréntesis, el tema era el metro, si, el fascinante metro de esta interesante ciudad, resulta que he decidido comentar esto porque he llegado a una peculiar conclusión, sí, así es, y es que en el metro vos podes jugar a encontrar a tu par, -que no hablo de la media naranja, ni del medio limón (¿?), hablo de aquellas personas que practican el mismo oficio, o el arte corriente, -como lo he querido llamar en ocasiones. ¿Les cuento mi oficio?, no aún no, mejor nombraré algunos que me sé de por ahí, -quizás de tanto observar-. El primero es el oficio de la típica mujer atractiva, que sabe que lo es, -de pantalones ajustados, una exquisita estela de olor y el cabello abultado-, ella es ella, no hay más definición, se mira una y otra vez en el reflejo de las puertas del vagón, procurando que cada detalle de su cuerpo sea irresistiblemente perfecto, -aros, maquillaje, ajustes de cinturón, de sostén o de la pequeña mecha de cabello que debe caer de una cierta manera sobre su mirada- de vez en cuando, da vuelta ligeramente la cara, y da una de esos reojos letales al más débil de sus víctimas, sí, porque ella sólo voltea a mirar a quién la está mirando, voltea a romper algún corazón o erizar la piel y otras cosas, para cautivar, para capturar más revestimiento de belleza seductora, para reafirmar aún más el propio altar que lleva bajo sus pies, es así, no peca de superficialidad, ni mucho menos de vanidad, ésta es la areté, sencillamente, la trae en su esencia, más allá del mismo hecho de ser mujer, y al igual que el zapatero o el artesano, ella cultiva su gracia día a día, y mejora sus cualidades y desempeña un desarrollo sustancial de su admirado oficio.


Otro de los curiosos oficios -de la gente igualmente corriente-, es uno practicado virtuosamente por algunos hombres, -no todos-, son aquellos sujetos de mediana edad, que llaman la atención de una forma bien extraña. Siempre es bien sabido, que el prototipo de hombre ‘intelectual’ da mucho que hablar y suele ser atractivo, yo más bien lo considero otro buen oficio. Son tipos universitarios, en su gran mayoría, de pelo largo llevándolo amarrado, audífonos a la vista, ropa despistada o extremadamente excéntrica, barba desordenada o bigotes graciosos, mirada negra y profunda o los infaltables anteojos, ¿Qué es lo que practican entontes?, practican el arte del filtro europeo, es decir, mientras más freak y alternativos vayan por las calles, más cumplido será su propósito, mientras más rebuscado sea el título o el autor del libro y mientras más visible se exponga a las miradas ajenas, más placer para su vida, son así, y cantan fuerte mientras caminan con cierto tambaleo rítmico y a saltitos, son agradables, la idea es ser un personaje, se me hacen un amor, pero hay límites, comprendo que al fin y al cabo todos estos oficios lleven cierto grado de egocentrismo y cierto aviso de identidad –o falta de ella-, y que al final es más bien parte de una cultura compartida, pero no se debe admirar –ni escribir sobre ellos- cuando llega el punto en que todos estas cualidades de un grupo urbano de gente, pasa a ser una mera masa de movimientos ficticios, estudiados y sólo se limite a una necesidad lastimosa de falta de cariño o simplemente por seguir una moda y creerse pertenecientes a algo, hasta ahí, se arruinaría todo y ya no serían virtudes, serían idioteces.


En estos días, -yo siempre viajo al centro, por variados motivos-, me he percatado y asombrado con un nuevo oficio descubierto, a este lo llamo ‘el bienaventurado’ o el señor ‘yo amo a mi prójimo’, resulta que son en su mayoría caballeros, refiérase al hombre adulto, maduro, independiente de su empleo y situación socioeconómica, ellos siempre, pero siempre están dispuestos y muy alertas ante cualquier situación en la cual demostrar a la indomable humanidad, que el hombre sí tiene esa capacidad de hacer el bien, -por muy bíblico que pueda sonar-, son aquellos que exigen a viva voz en un viaje subterráneo que le den el asiento a una mujer embarazada o a un anciano, son aquellos que esperan primero a la gente que baja, para luego abordar el metro, son aquellos que toman del brazo a la señora que sube con bolsas, -que por lo demás molesta a toda la muchedumbre por ocupar demasiado espacio-, ellos sonríen fácil, saben hablar y agradecer, saben decir permiso, saben de esa educación antigua, la de antes, la de nuestros abuelos, ese arduo sermón de educación cívica, la cadena de valores y el peso de la moral, ellos fueron formados de esa manera, y hoy, en un mundo tan rápido e impredecible, -casi desarmado-, su labor es una verdadera virtud, y por su puesto, se agradece y se considera.


Hay otro oficio bien particular, ‘el ser sociable’, el típico ser humano bonachón, que adora las conversaciones espontáneas, te pregunta la hora, una dirección o se mete en tu lectura, cualquier excusa vale, debe hablarte, por cualquier razón, y de seguro te contará que viene del sur, o del norte, te narrará una anécdota seguramente muy extraña, y lo que anda haciendo en esta ciudad siempre es muy incoherente, te hablará de su familia, su casa, su trabajo, su perro, su gato o sus comidas favoritas, sólo desean hablar y hablar, ser escuchados, ser atendidos y entendidos, son inofensivos, y suelen sonreír solos.


Están también los amargados, que más que su propia energía gris, cumplen un rol bastante importante, y es hacer sentir al resto que uno no es el único ser humano aproblemado, -y en mejores casos, hacen reír bastante con sus maldiciones constantes y sus caras kilométricas-.


Así hay muchos, pero el otro día encontré a mi par, encontré a un sujeto que practica lo mismo que yo, me refiero a lo de la continuidad de vidas, me confieso, ese es mi trabajo, observar en demasía, obsesiva, paranoica, romántica, idealista, redacto todo lo que veo en mi cabeza cuando se conforma el presente y jamás lo olvido, identifico a cada persona y le doy una historia particular, la logro discernir por deducción, -y por algo de locura y unos cuantos delirios-, es que es fascinante, me dedico mucho a eso. A veces me han sorprendido con los ojos pegados a una escena o a una persona, muchos han creído que soy psicópata o de seguro ‘debe andar drogada’, yo me río mucho cuando pasa eso, y más desquiciada me creen, sobre todo en esos viajes, de los que les hablo, de los escenarios de la ciudad y el transporte público. Esa vez, sonreí –quizá más evidente que otras veces-; una señora me estaba observando asustada porque no le quitaba la vista de encima, la verdad es que me llamó mucho la atención sus rasgos y sobre todo su expresión, como si llevara un dolor extremadamente profundo, de años, de soledades, de llanto en silencios, y me la imagine en una película de drama, es más, ya empezaba a ponerle nombre, y comenzaba a rodarse. De pronto movió la vista en forma de negación, con las cejas extrañadas, directo hacia mí y bloqueando mi mirada perdida, reparé en ella, volteé la cabeza rápidamente, y me inundó esa necesidad de reírme a carcajadas, es ese momento, justo en frente de mí, estaba él, riéndose de todo este cuadro que había estado observando y conjeturando al igual que yo, él me creaba como personaje, el escribía el guión sobre mí propio afán, aquel que tanto disfruto, él se enredó en mis movimientos, y me mostró su mejor mirada como respondiendo a mi pregunta, ‘sí, yo también me dedico a eso’, y de pronto me regaló una sonrisa divina. Ahí comprendí que esto es un arte, un arte corriente, un arte que llevamos todos de distinta manera, un arte simple y diverso, completo y delicado, que siempre –de forma inconsciente-, incrementamos de pasión y dedicación hacia ellos. No es difícil darse cuenta de cuál es nuestra labor, sólo deben salirse de sí, y verse desde afuera, escucharse cada vez que lo recuerden y dejen que la imaginación rebose a rienda suelta sobre todos sus pasares, escriban y no abandonen las manías, ni las aficiones, tampoco los sabores ni olores, todo sirve, todo es válido a la hora de descubrir que todos efectivamente sí están vivos, y vaya que lo están.



Lila Andelizha