martes, 16 de diciembre de 2008

La Diosa de las Nubes




Había olvidado esta historia, es decir, había olvidado escribirla, me sucedió hace unos tres años mas menos y hace algunos minutos reviví esta singular experiencia en un sueño bastante tormentoso pero muy complaciente a la vez, que se me ha repetido todas las noches, sin excepción alguna desde aquel día, del cual he despertado abruptamente... estoy escribiendo desde el balcón de mi cuarto, entre recuerdos incompletos y confusos, es de madrugada y un extraño frío se hace presente, pero no en las calles de esta ciudad, ni en la brisa, sino en mis manos y en mi respiración...

(...)aquel cuarto estaba inundado hasta el techo de humo espeso, habían unos de colores que se mezclaban con el usual blanco vaporoso de los cigarrillos, habían morados, verdes, amarillos, todos danzando en procesión hacia el único escape y respiro entre las cuatro paredes que nos ahogaban, una pequeña ventanilla triangular justo sobre nuestras cabezas. El ritmo constante, sincopado, de una música bastante densa provocaba un singular trance en la ya poca cordura que quedaba entre el gentío. Las mujeres bailaban libres, desnudas y descordinadas, tratando de lucir aún sensuales en la exigua imagen poco iluminada de un espacio fuera de tiempo real.

Media noche en punto, ya no debía llegar nadie más, la celebración era exacta, un verdadero ritual, no tenía motivo claro, pues esto era distinto a cualquier festejo, sin embargo, el objetivo era común a pesar de la diversidad de almas que allí entraron atormentadas, los causantes eran dispares, pero el deseo único ató nuestros espíritus los unos a los otros, todo el mundo por esa eterna noche se mantuvo girando en medio de un escape desesperado, un auténtico éxodo, una liberación expedita, desenfrenada, un largo olvido, el soñado abandono mental y un sin fin de movimientos liberados.

La oscuridad a esas horas comenzaba a ser más pesada, la música iba lento, penetrando el retardado vaivén del suelo, había una constante estela de olores y líquidos haciendo ríos entre los tobillos. De pronto, un estruendoso resonar de campanas logró interrumpir abruptamente el aire hipnótico que respirábamos y los ojos se despegaron de a poco.

Una lejana voz retumbó en los aturdidos cerebros, eran palabras indescifrables, una lengua aterradora e irreconocible se creaba desde algún lugar, pero de una u otra manera, la multitud parecía comprender lo que venía, todo cesó, la música, los tambores, la humareda, los colores y los cuerpos extasiados. Un hombre pintado de líneas rojas apareció entre nosotros, justo en medio de la habitación, llevaba un extraño instrumento, al cual soplaba por un agujero lateral emitiendo un sonido espantoso que al parecer pretendía localizar un martirizador zumbido en nuestros oídos, muchos no resistieron y la sangre corría sin control por sus cuellos. Otros retorcidos en el suelo trataban dentro de la inconciencia cubrirse las orejas con las manos, pero el piso retomaba su ritmo y comenzaba a temblar nuevamente. El hombre comenzó a girar sin control sobre su propia cabeza, medio quebrado practicaba una danza brutal, las líneas de su cuerpo estaban frescas y escurría como lava en un volcán, dando gritos ensordecedores mientras se autoflagelaba con el espeluznante instrumento musical. Poco tardé en reparar que aquellas líneas no eran pintura, era sangre que brotaba de las múltiples yagas de su cuerpo. Yo no sé como he de recordar todo esto, la inconciencia era absoluta, pero no alcanzaba sentir terror alguno, sin duda eso era lo más extraño, definitivamente nadie en ese demoníaco lugar estaba en cuerpo y mente, sentíamos el peso de la tierra pero nuestras almas se habían elevado demasiado alto.

La escena era difusa, el humo se hacía presente otra vez, el hombre desaparecía entre alaridos retorcidos, completamente teñido de rojo. La gente estaba eufórica, impaciente, algo estaba por venir, y todos lo sabíamos sin saber qué era realmente. De pronto, desde la única puerta al mundo exterior, una puerta ancha en forma de arco apuntado, comenzaron a escucharse unos sonidos, eran como silbidos pero muy agudos. Debo reconocer que era el único en ese lugar que estaba un tanto más conciente y con mis sentidos aún precariamente funcionando, es por ello que todo lo que he descrito en estas letras, podría sonar espeluznante, sin duda, la peor pesadilla de cualquiera, pero en realidad, la gente parecía disfrutarlo consumadamente, todo provenía de un extraño placer que caía y nos bañaba desde arriba, desde un cielo verdoso, sin dios, sin luna, un cielo basto de seres angelicales que tocaban música para nosotros, y ataban nuestros espíritus a las nubes, para que nos sintiéramos libres, para que danzáramos desnudos sin pensar en nada más que en el movimiento. Nos olvidamos de todo, del amor, del odio, del reloj, de las familias, de la ciudad, de las reglas, de las obligaciones, de los roles y de las leyes, qué importan esas estupideces cuando hemos podido encontrar el cielo. Yo lo encontré aquella vez, pero nunca supe por qué tenía sentidos aún y conciencia de aquello que estaba ocurriendo.


Y de los silbidos y entre la humareda cuatro seres de corta estatura, con mirada penetrante, entraron lentamente en la sala y apuntaron al cielo, la gente miró retardada, empujándose los unos a los otros con movimientos lánguidos y azarosos. Desde arriba comenzaba a abrirse un agujero descomunal, de él, una luz demasiado resplandeciente, que hacía entrecerrar los ojos y provocaba ceguera por momentos. Un olor a flores silvestres pasó toda la sala, las paredes parecían derretirse, pero nosotros nuevamente no sentíamos nada físicamente, sólo asombro, un frío asombro confundido por la inconciencia.

Ahí fue cuando vi a esa criatura con líneas femeninas, era como una montaña basta, de suelos firmes, grande, sólida, robusta, con largos brazos que sujetaban un ramo de verdes plantas. Sus caderas exuberantes iban al son de ritmos lentos y habían logrado silenciar a la multitud, quienes ahora yacíamos libidinosos ante tal figura de mujer que se hacía extremadamente deseable mientras más descendía de lo alto. Los hombres y las mujeres comenzaron a andar haciendo un gran círculo, contemplando aquella imagen idílica de placer, y llovieron entonces del cielo flores y plantas de mil especies y sabores. Ella nos observaba con unos ojos semiabiertos, como pesados, pero realmente impactantes, al igual que su boca roja, aquella que parecía no tener fondo, como una oscura cueva a otro mundo tan o peor desorbitado que este que se estaba respirando. Cuando sus gordas piernas tocaron tierra, aquella musa exuberante caminó despampanante hacia el fondo de la habitación, allí había un sillón largo e hinchado, depositó su fornido cuerpo en el, con las piernas puestas en mariposa y colocó sus manos hacia su centro con la punta de sus dedos juntándose e indicando meditación. Unos gritaron excitados que aquella imagen era el mismísimo Buda, otros le intentaban besar los pies llamándola Anu , era Hathor afirmaban otros, mientras insistían en tocar sus manos, Afrodita o Dios mismo decían, la ovación era increíble, el efecto de su presencia induzco a la máxima expresión de locura en los comportamientos de la gente, muchos se comenzaron a suicidar cuando esta bella Deidad miraba fijamente a sus sedientos ojos, todo aquel que se abalanzaba a tocar su cuerpo motivado por la sed del deseo carnal, era brutalmente lanzado por los aires o golpeado por látigos imaginarios, por una fuerza que parecía venir del mismísimo infierno, todo aquel que se atrevía a llamarla por algún nombre recibía inmediatamente un castigo mortal.

Sin embargo, nadie reparaba en la magnitud de la situación, debo reconocer que estuve a punto de caer en tan deliciosa tentación de tocar esa piel tersa y ardiente, o mirar esos enormes ojos seductores, pero no lo hice, -pues reitero-, yo era definitivamente el único individuo en ese lugar con un porcentaje de conciencia y sentidos, corríamos peligro los que aún vivos estábamos, pero nadie comprendía nada , sólo yo.

La matanza fue macabra, en un momento desde un rincón donde me había refugiado comencé a observar detenidamente, poniendo el más absoluto de mis esfuerzos por concentrarme y caer en la verdadera realidad, bajo este estado de intento de circunspección y razón todo se transformaba, vi mucha sangre, quizás sólo una cantidad comparada con la derramada en campos de guerra, habían hombres mutilados, heridos por látigos y mordidas feroces, quemados, degollados, otros agonizaban retorcidos en el suelo tembloroso del que continuaba brotando humo, y reían sin embargo, pues de seguro no sentían dolor, sólo ese maldito placer que nos vació el cuerpo y nos llevó a este horroroso final, ¿liberación?, yo no había venido aquí por esto, ¡yo no había venido a morir maldita sea!, pero ningún sujeto se dio cuenta de lo que estaban haciendo con nosotros, nadie, sólo yo, pero me he convencido tarde, a pesar de que siempre creí algo extraño detrás de toda esta maléfica pesadilla.

Ahí estaban ya, todos esparcidos por el suelo, y la ensordecedora melodía constante que ya no resistían más mis oídos me hizo caer por fin en un pánico total, me espanté, pues había descendido definitivamente del cielo, cobré noción y vida, rápidamente mi cuerpo retomaba el ritmo normal y pude mover mis extremidades sin letargo, reparé en que ese ser metido en el cuerpo de una mujer, era el mismísimo demonio, no podía ser otra cosa, me buscaba, me olía, sabía de mí, y me perseguía desesperadamente, quería acabar conmigo, con el último cuerpo, con la última víctima, con el último idiota y con la última escoria de ser humano que creyó ciegamente en que en este inmundo lugar podría alcanzar la elevación del alma para desligarse de los problemas de la vida, ¡pero qué había sido todo esto Dios mío!, ¿un sueño?, ¿el efecto de una potente y desconocida droga?, ¿es que así se sentirá realmente suspenderse del cuerpo?, ¿es que aquél espantoso lugar en lo alto es el cielo?, aquellos seres espeluznantes ¿eran ángeles?, no lo sé, nunca lo supe.

Entonces la diosa, o aquel demonio hecho mujer, logró dar con mi escondite y me invitaba hacia el centro de la habitación, moviendo sus manos, danzando sólo para mí con unos movimientos increíblemente seductores, por un momento sentí una fuerza magnética salir de su vientre, que hacía temblar mis piernas induciéndolas a que dieran los pasos necesarios para acercarme a donde se encontraba y tocarla, pero mi mente estaba alertada, sabía que no podía, significaba la muerte, debía escapar de alguna forma. De pronto pensé en una estrategia, me acercaría y jugaría su juego por unos segundos y en el momento oportuno escapar raudo por la única puerta, en la cual se podía observar al final del pasillo a dónde conducía una pequeña luz que seguramente, -porque ya no recuerdo el momento en que entré a este lugar-, era la ansiada salida al mundo. Me acerqué cautelosamente, ella no se había percatado de mi estado de semilucidez, jamás miré sus ojos, pues tenía la mirada fija entre sus cejas, ella liberaba un aroma a naturaleza, era bastante sorprendente su mezcla entre el cielo y el infierno, me rodeaban sus movimientos, sus manos querían tocarme, pero era astuta, esperaba que yo lo hiciera, sin embargo, me di cuenta que jamás me rozaba si quiera, estábamos muy cerca, a medio centímetro entre ambas figuras, pero yo permanecí inmóvil, dejándome llevar, contemplando su danza casi inexpresivo, de pronto puso su mano en el bolsillo de mi chaqueta y pude sentir que arrojó algo allí adentro, sin embargo, no me explico la tranquilidad que poseía en ese momento, si hace sólo algunos instantes moría de pánico. Tal vez ella lo notó, pues a medida que pasaban los segundos se enfurecía cada vez más, pues yo me mantuve indócil, y no caí en su trampa mortal, se comenzó a retirar lentamente, y de pronto el humo se masificó impidiéndome ver hacia dónde se dirigía, sus cuatro vigilantes gritaron algunas palabras que jamás recordé, pero me inundó un miedo terrible, pues no veía nada, yacía bajo una oscuridad total y esos ruidos me descontrolaron, entonces solté paso veloz, esquivando los cadáveres repartidos por el piso, choqué varias veces con las paredes, no lograba dar con la puerta, y sentía mis piernas pesadas, también muchas veces me tomaron de los pies, seguramente eran personas que aún agonizaban. Me puse a dar gritos por la desesperación, de pronto las paredes se hacían mas próximas, la sala se encogía, temblaba, y ya no podía más, el corazón me palpitaba demasiado rápido, como saliéndose del cuerpo, el estruendo cada vez se hizo más ahogador, la habitación se caía a pedazos y esa mujer me llamaba violentamente. Por fin di con la puerta y un largo pasillo me esperaba hasta aquella pequeña luz de al fondo, corrí como jamás lo había hecho antes, me sentí volando, pero me atacaban, había algo ahí en ese pasillo del demonio que me brindaban profundas cortadas en los pies, sentí también que me quemaban la piel con alientos de fuego, pero nunca me detuve, el miedo hace que a uno le broten de esos poderes sobrenaturales y una fuerza implacable que el cuerpo siempre reserva con cautela para momentos insólitos.

Cuando vi esa luz ya casi encima de mí, me lancé con toda la fuerza posible en contra de la puerta y se abrió afortunadamente de par en par, una vez afuera por fin, delante de mi se reconstruyó un mundo totalmente afable, a pesar de su adversidad y de la presión que provocó en nuestras vidas tan básicas, -antes de todo lo que ocurrió-, tormentos que nos llevaron precisamente a ese lugar del que acabo de salir vivo gracias al cielo, para escapar justamente de aquí, de este planeta, para olvidar los problemas. La maldita puerta se cerró fuerte detrás de mí, no miré hacia atrás, sólo camine demasiado pasivo, como si nada hubiese sucedido. Todo me parecía tan tranquilo, las calles estaban lentas, los edificios predominantes parecía que me daban la bienvenida otra vez a la ciudad, a su ritmo, a sus roles y a mi vida, a la que jamás debí desterrar por una experiencia nueva, quizás aquello es la lección que ha dejado todo este mal sueño, -si es que se le puede llamar así-.

Camino a casa olvidaba todo, fue un impacto extraño volver a sentirme en estos lugares tan cotidianos, -como si hubiese pasado una eternidad encerrado ahí en ese lugar infernal-. Noté que la gente me miraba demasiado, quizás era mi semblante cansado, mis ojos, sí, seguramente eran mis ojos que estaban tan aturdidos como mi cuerpo, habían visto tanto.

Cuando llegué a mi hogar finalmente, todo tenía unos colores tan nítidos que me hacían sentir en paz, subí las escaleras, vi mi habitación, mis cosas, mi cama, en la que me recosté sin pensar en nada, hasta que caí profundamente dormido.

Desperté repentinamente y muy asustado, con un dolor y un agotamiento físico terrible, cuando estaba a punto de entrar a darme un baño miré de reojo el espejo de la pared, algo extraño advertí en la apariencia normal de mi cuerpo, esa normalidad que viene del acto mismo de verse superficialmente al pasar, era mi rostro, y todo mi cuerpo lleno de heridas y cortadas, ahí recordé la desastrosa salida de ese lugar, efectivamente recibí esos ataques, eran reales y ahí estaba yo anonadado frente a ese pedazo de vidrio observándome aterrado, pues, quería de alguna forma asumir esa experiencia como una especie de sueño, y olvidarla para siempre, pero estar heridas que pronto se harían cicatrices me la recordarían por siempre. Sentado en el sillón con un taza de café, decidí que esto no podía quedar así, la policía debía saber sobre ese lugar, sobre quiénes eran los responsables de todo, debo decir que temí demasiado, quizás me dejarían encerrado en un manicomio si les narro esta historia, o seguramente descubrirían que ahí fuimos a dar por una droga especial que nos liberaría de la tierra, aunque eso parezca aún más desquiciado que la diosa y me enviarían a la cárcel, pero ¿y estas heridas?, si fuimos drogados, y aquello fue todo una ilusión, ¿dónde quedó toda esa gente que había ahí?, ¡yo los vi perecer frente a mí!, de hecho nadie más escapó de ahí junto conmigo, definitivamente esto me estaba asustando demasiado, pues nada calzaba y hay espacios que aún no logro recordar.

Entonces decidí ir a ese lugar antes de dar aviso a la policía, iba de prisa caminando por la avenida unos metros antes y en un negocio de juegos de azar habían publicado los números ganadores del día, miré al pasar, y me di cuenta al mirar la fecha del sorteo que habían pasado tres días, es decir, había dormido setenta y dos horas desde aquella pesadilla. Un frío intenso recorrió mi piel, en mi pecho se creaba una angustia ahogadora, mientras más me acercaba a ese edificio, menos gente se aparecía en mi camino, las heridas comenzaron a arder y un olor a metal penetró en mis sentidos. Cuando pude ver ya cerca ese edificio corrí hacia él, entré por ese callejón sombrío, estaba temblando, pero lo peor no había pasado aún, la pared frente a mí, gastada y húmeda, pero ¡la puerta no estaba!, me refregué los ojos y miré nuevamente, creí que podría estar demasiado asustado y logré imaginar aquel fenómeno, pero ahí estaba nuevamente el muro inerte, no había nada, no estaba, no habían ni indicios de haber habido una puerta, entonces, una oscuridad espesa bloqueó definitivamente el paso del tímido sol de mañana por el callizo, parecía de noche, y yo destruido, en medio de dos bestias impías que me miraban hambrientas, una que se burlaba de mí descaradamente, medio verdosa y siniestra, que me recordaba a la realidad y a la razón, y otra gigante y ennegrecida, con enormes ojos y hostil que decía ser la ilusión o el desquicio, yo no sé, no sé qué demonios ha sido todo esto, tal vez me estaba volviendo loco, producto de la vida, o de las drogas empleadas, o de la misma fantasía, o todo estaba meticulosamente relacionado, estaba choqueado, me deslicé por el piso y sujeté mi cabeza presionándola violentamente, luego al mirar mis manos pude advertir que mis heridas ya no estaban, no quedaba rastro alguno de las quemaduras y de las graves cortadas, tampoco en mis piernas ni en mi rostro. Pasaron algunos minutos, o quizás una hora o más y sentí nuevamente un extraño olor a metal, ahí fue cuando recordé que aquel ser femenino había introducido algo en el bolsillo de mi chaqueta, entonces metí mi mano temeroso, y tomé un trozo de algo sólido, debido a la oscuridad que de pronto había caído en ese lugar corrí hacia la calle, miré nuevamente el objeto y era una medalla sujeta a una cadena de un material que no lograba reconocer, entre oro y algún tipo de piedra preciosa, en él un grabado indescifrable resplandecía.

Aún lo conservo y aunque puede ser la única prueba de lo que me sucedió aquel día, jamás se la he mostrado a alguien, también he desistido en dar aviso a la policía, sin embargo, aquella joya me brinda algún tipo de energía celestial, no sé que es precisamente, cada vez que la sostengo fuerte en mis manos, me recuerda la sensual danza de la diosa nacida de las nubes, con toda su mesura y desplante fervoroso, esa imagen me saca de juicio, me eleva a ese cielo verdoso repleto de figuras angelicales y yo necesito de esa locura más que nunca, en todos esos momentos en los que caigo en desesperación, producto de los tormentos propios de un ser humano cualquiera, inserto en este mundo dual, entre el paraíso y el infierno, entre placer y recato, entre derroche y austeridad, entre rostros cínicos que te brindan una hilarante sonrisa y una mano retorcida, sangre, muerte, dinero, mentira, amor y otras cosas, entre una sobriedad mentirosa, porque si has caminado por estas ciudades, sabrás que hay más conciencia en el delirio más trastornado que puedas crear en una noche de éxtasis absoluto, que en la maldita ironía de la rutina.






Lila Andelizha