miércoles, 22 de abril de 2009

Vía-Vita

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Yo creo que a veces el deseo agobia
Que cuando miran sin pares los abrazos
Se gasta parte de la vida y se pierde el llanto a pedazos
Yo creo que cuando amanece se lamentan siempre
Los oídos que no oyeron ávidos sus reproches
De los que siempre tuvieron unas manos firmes
De los que poco han sabido de aguerridas noches
O por el silencio desconocen

Yo creo que no hay excusas
A pesar de haber razón de llanto y el murmullo que entristece
No hay camino sencillo, más siempre dicen lo mismo
Que no sufras, que la vida es bella
Que no maldigas, que es tiempo malgastado
Que afuera mueren y uno aquí mortificado

Yo creo que en tanto doy el siguiente giro
Más inestable se vuelve tierra
Se enriquecen en torpes menesteres
De espejos de cristal sin sombra y guerra
De noción caída y piel agotada
Caras contra el viento entre palabras maltratadas

Yo creo que me juego la partida
De estos tableros sin fiel retorno concebido
Aún sabiendo el costal de culpa y heridas
Aún sintiendo que el recuerdo hierve
Más sin el dueño que por soñar deja a la vida
Sin lugar, sin yelmo, ni tiempo, sus ojos libres mal abiertos
Inciertos al roce y al quiebre
Aunque deba enterrar a mis amigos muertos
Aunque viviendo se me vaya el sueño.
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Lila Andelizha




martes, 14 de abril de 2009

Pacto Subterráneo



La muchacha esperó el siguiente metro, como si de pronto supiese algo de lo que podría significar ese minuto y treinta segundos extras en un día como aquel. Las manos en el bolsillo del largo abrigo negro, lentes cuadrados con marco grueso, mirada oscura, sombreada, labios apretados, -siempre los llevaba de esa manera, pues la tensión de su cara era algo físico-, sus botas marrón sonaron estruendosamente los cinco pasos que pudo dar dentro del vagón. Su reflejo ahí estaba, en la puerta del tren, ella miró a su izquierda, él miró a su derecha, y el ángulo del reflejo formando un trecho perfecto de visión nítida se hizo verdad en ese momento. Ella sintió ruborizados sus pómulos, él llevó su mano detrás de la nuca y pasó su mano suavemente para secar el nerviosismo hecho gotas de sudor. El campo de visión se expandió, pues una señora que se ubicaba justo en el centro se ha bajado oportunamente. Él Repara en la blusa roja de la mujer, ella repara en la barba recortada de un par de días desde el vidrio que traía él, formula que le resulta atractivo, más que al comienzo del recodo panorámico que se formó entre ambos por un pedazo de espejo. Él comienza a descender la mirada, las caderas anchas y firmes le parecen un bien, la mujer resaltaba su anchura sin tapujos, pantalón ajustado, con cierto aire de rudeza. Ella comienza a ascender su mirada, ojos cafés con horma profunda, delineada, avellanada. Un suspiro interno se desata desde un impacto eléctrico entre las sienes y viaja ahora directo al corazón, la sangre fluye, rápido, sin fin, ella ha sentido que él la ha observado de igual forma. Dos estaciones más y ella debe bajar, dos estaciones más y él debe bajar. A la siguiente estación, él repara en la bolsa que lleva la chica del reflejo de la ventana, una bolsa de cartón azul forrada en la mano izquierda. Ella da cuenta de que él lleva en mano derecha una bolsa de cartón verde forrada. Han llegado a la estación determinada y ambos se sabían completos el uno con el otro, ambos se supieron en formas, color, manos, cuerpo y rostro. Ella baja primero por una puerta y él bajó después, pero el gentío de ese lugar parecía un mar con corriente turbulenta, sin piedad, sin causa. La muchacha se pone en puntillas para verlo a él y su dirección, él a su vez es empujado más lejos de ella por la muchedumbre empedernida. No se vieron. Desesperaron. Y él una vez alejado del mar de humanos, sube las escaleras porque piensa que la ha visto por allá más arriba, y ella sube las escaleras para poder encontrarlo desde arriba. Y quisieran pronto encontrarse, y quisieran besarse pronto y abrazarse y abalanzarse el uno arriba del otro, porque eran ellos dos únicos pertenecedores de una verdad, un deseo y un lazo que siempre supieron que existió. Él corre hacia lo alto, y ella mira afanosamente la masa de abajo. Un par de empujones por la prisa él ha dado por el impulso de algo que lo remite a ser parte de esa mujer, y ella da un par de lamentos por no poder verlo todavía, hasta que mira hacia la escalera y él se asomaba, y su corazón fue más rápido que la acción de pensar en lo que seguía. Otra vez su campo cósmico se abría paso entre cualquier cosa que se interpusiera, una visión para ambos, unos ojos que se devoraron a penas se supieron. Se han encontrado. Él respira profundo, se ve agitado, ella se siente sin aire, por la impresión. Ambos se han tenido mutuamente antes, desde un momento imperecedero, infinito y ahora retoman el curso de su coalición indestructible mirándose y callando, sonriendo el alma. Ella no soporta más y le entrega su bolsa de cartón azul forrada, él baja los ojos y acepta esta con un aire de entendimiento, luego él toma su mano y tras retenerla un par de segundos firme contra la suya viajando por imágenes vivas junto a ella, le entrega su bolsa de cartón verde forrada. Así, pronto sin saber de qué manera, cae el peso de la bulla, y del movimiento y del olor a rieles. Se han separado. Salen con prisa, ella por la salida norte, y él por salida sur, al igual que sus propios destinos.
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Lila Andelizha