jueves, 24 de septiembre de 2009

En el Claro de la Luna


Muchas son las razones. Con ni siquiera dos décadas encima, tengo una vida paralela construida, donde ni mis padres pueden meter sus narices o especular.
______Ahí, en esa paradoja estoy viviendo, hace bastante tiempo ya, en algo más que una pieza, que posee una pequeña salita de estar, donde inmediatamente al abrir la puerta de mi refugio puedo observar una lámpara de pie, forrada en tela púrpura, un piano, el mismo que tengo acá, pero con temple distinto. Junto a ello, una menuda mesita, que tiene función de escritorio, comedor y lugar para cualquier tipo de creación culinaria o plástica. En ella un florero de greda con unas cuantas calas. A la izquierda un arco separa la única habitación, al entrar puedes recibir el golpe de una bocanada de humo, entre cigarrillos, incienso de violetas y uno que otro de felicidad. Al fondo de mi cálido cuarto, un cuadro hecho por alguna persona amada. Me imagino un cuadro enorme, de unos metros cuadrados, donde el color rojo haga lo suyo, con formas abstractas y muchos espirales, eso sí, muchos. En otra pared de la pieza, visualizo un mural, compuesto de fotografías y varios papeles que dieron el membrete recordatorio para esos días que uno colecciona de alguna manera, de los que debes conservar algo, por ser curiosos, o muy diferentes. Mi cama a ras del piso, con un cubrecamas de color azul, es guarida de secretos. Y las guitarras que a la luz del atardecer se tornan doradas, me gusta observar esa escena cuando tengo noción de los matices que en ese lugar existen. De todas las antiguas ventanas, un de ellas es mi favorita, tiene marco de madera blanca, y un pequeño agujero por donde se filtra el viento y se van las penas, o a veces un mal recuerdo. Por las noches es mi compañera, la que me habla de lo que ve pasar por la avenida, y cuenta historias de muchos años atrás, de los otros espíritus inquietos que vivieron antes en esta esfera, y también gusta de oír música mesurada, con alguna copa en mano, y algo donde escribir. A veces, llegan amigos, que también huyendo me encuentran, y quieren detenerse un ratito en mi nido; yo los recibo alegremente, la soledad bien buscada se siente mejor si la compartes con alguien. Entonces hablamos toda la noche, hasta sacar lágrimas de vida, hasta agotar las provisiones de melancolía, hasta caducar la risa más abundante, aquella que deslumbra, la más hermosa. Si de pronto el buen ánimo sobra invitamos a uno más, o a dos quizás. Las noches de sábado siempre son eternas e inundadas de buena gente, mi refugio brilla y resuena con guitarras abiertas y una perfecta comunión.
______En este rincón, donde el día se hace un infinito hilo de agua en la vertiente, cada amanecer es distinto, a veces es naranjo, otros con un frío enclaustrado en la tierra, pero no existe calidez alguna que no provenga de mi taza de café. Mi diminuta cocina ofrece su abrigo en mañanas de invierno. También en el centro, dos sillones pomposos esperan al cuerpo cansado de las tardes, y dan energía en los sueños que regalan. Mi cuarto es el más gentil, mi paralelo es el más fiel escondite cuando no soporto esta armonía disonante, la de este lado del mundo, sin embargo, sé que en cada segundo me voy acercando más, sólo estoy a unos pasos de tocar y girar con mis manos la manilla de la puerta y recibir esa luz de la tarde.

*
Lila Andelizha

viernes, 18 de septiembre de 2009

Confabulaciones Celestiales



Hace tiempo que no me enfrento a esto. Una hoja en blanco, una noche algo acentuada, donde la rutina se saca su sombrero en función de despedida y se marcha apacible. Unas cuantas quimeras lanzadas al cielo, que nunca cayeron de vuelta como lo harían las maldiciones. Unas miradas con esperanza. Una gran masa de gente en una misma frecuencia, creando bajo el humo de los cigarros y la marihuana una especie de ruptura de cadenas colectiva, que sólo se alcanza cuando tienes noción de estar sintiendo cosas no habituales, tanto en el cuerpo, como en la mente. Los ojos medio salidos, la sangre alcoholizada, la música que hierve, como himnos gestando comunión.

Salir de eso es crudo. Cuando todos en un vulgo enorme saltando y creyéndose pertenecientes, ensordecidos de patria y bandera, de imágenes y discursos que nos tiñen de colores, que reafirman la fe por materializar verdaderas murallas que nos hacen ser de acá y no de otra parte, o de todo. Estuve ahí, a las afueras del palacio de la Moneda, hoy: un diecisiete casi dieciocho de Septiembre, me encontré con todo el mundo. Oí cantar a los de acá, a los nuestros. Me sentí bien a veces, es como encontrar a tus pares dentro de una manada, gente encerrada en una franja de tierra con muchas frustraciones, pero con un oportuno y simpático orgullo floreciente en esta especial fecha.

Me sentí bien, reitero. Pero más que cualquier otra cosa, el orgullo patriota es muy contagioso, y los vicios traen euforia y mentiras.

Pero yo no quería hablar de aquello. Sólo quiero contextualizar lo que ahora procede. Resulta que esta mujer que narrando está, ha caído hace poco desde el cielo una y otra vez con un corazón vasto de amor, ha querido decir que se ha enamorado perdidamente, hasta más no poder, porque ha tenido un encuentro con él, aquel muchacho que siempre ha esperado, desde que pisó tierra, desde que cree en sus sueños y en su locura, desde que vio Amélie y se levanta todos los días creyendo que uno u otro mozuelo que ve en el metro o en la micro se enamorará de ella y la seguirá por sus andares, y descubriéndola poco a poco dejará señales por las calles para que llegue a su encuentro.

No sabía como decirlo, pensé en escribir algo más abstracto y difuso como lo que suelo decir, cuando nadie entiende un carajo y toda palabra se vuele transgresora. Pero ahora escribo para desarraigar tanta suspira y energía que me han traído estas ultimas horas, como narrando un sencillo diario de vida.

Había terminado el espectáculo, faltaba poco para la media noche. Me despedí de la gente con la que andaba y caminé hacia el paradero, debía volver a mi casa luego. La gente corría por las calles, ignorando a los vehículos, cuyos pasajeros también divagaban medio huidos de la normalidad. Hombres gritaban y cantaban al unísono el himno nacional o un desentonado ‘Ce hache i’ en medio de la avenida. Botellas de vino botadas por doquier y unas cuantas caras ebrias de sujetos que esperaban a que volteara a mirarlos para decirme alguna grosería. Uno de ellos me asustó, su estado era denigrante, recuerdo su pantalón desabrochado, completamente vomitado, que en cualquier momento estiraba sus manos para robarme o quizás otra cosa peor. Pero esas confabulaciones celestiales estuvieron una vez más a mi favor. Pues, él aparecía lentamente entre la gente de allí. Aquel muchacho de hace dos semanas, esa vez en la micro, de regreso a mi hogar desde la Universidad, a eso de las una de la tarde, cuando milagrosamente, la micro tuvo que desviarse concediéndome más de una hora de viaje extra para contemplar al muchachito más maravilloso de todos los tiempos. Recuerdo esa vez, haberme sentido al borde de un colapso nervioso, a penas se instaló al lado mío al centro del bus, con su libro de poesía y una mesura graciosa, con su cabello largo medio ondulado, y por sobre todo el verde de sus ojos. Tiritaba sosamente, soslayaba su mirada, enrojecí de pronto y me sentía inundada de mariposas. Cuando me preguntó si conocía el camino alternativo que había tomado el conductor, le respondí lo que me había parecido escuchar de una señora que se alarmó a penas reparó en la situación. Recuerdo habernos remitido a comentar aquello, conjeturando vagas hipótesis del motivo que produjo el corte del transito. Eso me dio cierta libertad en el resto del camino, para mirarlo aún más descaradamente y soñar con lo que conformaba la infinidad de cosas que no sabía de él y que me encantaría haber conseguido si tuviera una personalidad más aguda e intrometida. Dos semanas después, un diecisiete casi dieciocho de Septiembre, increíblemente lo volví a ver, ahí cuando más necesitaba de algún conocido para sentirme algo acompañada entre tanta excitación patriota. Por lo demás, sé que iba en mi misma dirección, pues, aquella primera vez, se bajó unos cuantos paraderos antes que yo.

Debido al show de la Moneda, las micros salían de una calle paralela a la Alameda, y en aquel Paradero fue casi imposible que se detuviera alguna. Yo lo observaba inquieta, de pronto opté por quedarme cerca de él, sinceramente quise saber si me recordaba de alguna manera. Tal vez si me miraba desde ahí podía notar en sus ojos alguna intención de acierto, algún destello, quizás sólo quería creer un ratito en mis niñerías. Sentí mucha vergüenza, me imaginé que había reparado en mi presencia, que había recordado y que estaba pensando que era a estas alturas muy intrigante verme, o tal vez, creía ya que era la mejor de todas las psicópatas que había dado con él luego de esa vez siguiendo un dudoso procedimiento, con la ayuda de contactos y alguna mafia de datos privados.

Pasaron unos diez o quince minutos, y él con cierta rudeza, o tras haberse colmado su paciencia, por el asunto de las micros que no paraban, tomó la decisión de migrar al siguiente paradero. Caminó rápido, votando lo que le quedaba de cigarrillo y se alejó. Quedé en blanco por un momento, luego pensé en que también debía hacer lo mismo, pero más allá de la necesidad de tomar locomoción, no quería perderlo de vista, así que lo seguí.

(En el trayecto hacia el siguiente paradero, pasaron algunas cosas que no vale la pena mencionar, porque me sentía apresurada, tuve miedo de la gente y pasaron un millón de imágenes a máxima velocidad simultáneamente, pensaba además en las cosas que decido hacer por estas ilusiones que me armo en la cabeza)

Una vez que me acercaba al paradero definitivo, logré localizarlo, pero me fui apegada hacia la fachada de los edificios para no ser descubierta, hubiese sido muy evidente la persecución, o tal vez no. Decida usted si quiere imaginar esta historia siendo espectador o protagonista, escoja ser mero testigo o prefiera ser parte de mi mente.

Me puse detrás de donde estaba él, medio escondida entre la gente, realmente no quería ser tan notoria, no quería que me viera otra vez ahí. Pero ese deseo duró poco, encendí un cigarrillo para calmar la ansiedad, y me ubiqué en un perfecto ángulo, donde al voltearse podría dar exactamente con mi persona. No pasó más de treinta segundos y afortunadamente se giró y se clavó en mis ojos, pero esta vez no fue someramente, ahora él sabía lo que sucedía. Noté que se puso algo intranquilo, pero él se movió un poco, donde la gente no se interponía entre los dos, es por ello que desde ahí tuve mayor seguridad. Ahí comenzó nuevamente el juego de miradas, sin mayor disimulo, poco a poco se hacía más cómodo, yo lo miraba tratando de insistir en confesarle que lo estaba esperando, hace días, hace años, y que ahí estaba, azarosamente en el mismo lugar, dispuesta a recibirlo. Las mariposas subieron a bandadas y la aflicción se hacía insostenible. Llegó la micro, la detuvimos, subí casi de las primeras no sin antes cerciorarme que también lo haría él, esta vez si que no convenía perderlo. Me instalé al medio del bus, y cuando él iba por el pasillo, advirtió mi lugar y se detuvo en diagonal hacia mí, donde perfectamente podíamos continuar con los mensajes a través del atisbo.
Emprendimos por fin el viaje regreso a nuestros hogares, la gente estaba algo más apacible una vez arriba y podría apostar que todos veníamos del mismo lugar. Pasó buena parte del recorrido hacia Maipú, hasta entonces nos dedicamos a buscarnos una y otra vez, a hablarnos con los ojos, a soslayarnos de vez en cuando para mantener la incertidumbre. Las mariposas no me dejaban, su rostro me parecía sublime, la gente desaparecía, y yo que deseaba abrazarlo y no dejarlo jamás. Hubo un momento, en que no resistí más y le sonreí amablemente. También lo hizo y fue cuando decidió romper la extraña distancia y acercarse hasta mí.

En ese instante faltaba muy poco para que llegáramos donde según mis teorías debería bajarse, guiándome por aquella vez donde lo vi por vez primera. Se paró al frente mío y me dijo: -‘Tú eras la niña de aquella vez, cuando la micro se desvió ¿verdad?’
Completamente nerviosa le respondí:
- ‘Sí, yo también me acuerdo de ti, y debo confesarte, que te he venido siguiendo desde el paradero de la Moneda’
- ‘Créeme que siempre lo supe’
Hubo una exquisita risa, que alivió en parte mis nervios y los suyos.
Me miró una vez más, ahora tan de cerca que se me hacía increíble, y agregó:
- ‘Venías del acto de fiestas patrias, me imagino’
- ‘ah, si, andaba con unos amigos, pero unos se fueron antes, otros se quedaron y me tuve que venir sola’
- ‘sí, a mí me pasó lo mismo, y ¿sabes?, realmente me parece increíble que nos hayamos encontrado otra vez, es muy habitual hablar con gente que uno no conoce, por muchas razones, pero volver a verlos, es extraño ¿no?.
Hubo un silencio, realmente quise decirle lo mismo antes de que lo mencionara, sonreí suspendida, en el cielo, miré hacia al piso y volví lentamente a su cara y luego a sus ojos, y sentía que todo mi cuerpo desaparecía, sólo quedaba el corazón que se quería salir desenfrenado y una sensibilidad que me inundó completamente, mostrándome lo irreal que lucía todo esto, pero a la vez luchaba mi razón por concebir la escena, más que todo, quería creerla todo el tiempo. Luego respondí:
- ‘Creo que no puedo terminar de creerlo, esa vez que te vi quise hablarte más, pero no soy dueña de tanta personalidad. Me puse muy nerviosa, tanto como ahora lo estoy, y no lograba saber que decirte’.
Sonrió maravilloso, puso sus manos sobre mis hombros y dijo:
- ‘me gusta como miras, o tal vez, como me has mirado… a todo esto, ¿Cuál es tu nombre?
Le respondí y pregunté lo mismo. Sólo me dijo el segundo nombre, pues no le agrada el primero. De pronto, reparé al mirar por la ventana que ya debía bajarse, era su paradero. No me había equivocado, pues me informó que vivía en unos edificios que ya se avistaban y en ese momento tomó mi cara entre sus manos, y me besó sutilmente en el borde de mis labios y dijo:
- ‘nos volveremos a ver, estoy seguro’

Rápidamente se escabulló entre el gentío, presionó el timbre y bajó. Traté de mirar por la ventana y pude observarlo un par se segundos. El resto del viaje a casa fue demasiado veloz, sentía tantas cosas, quise cerrar los ojos y volver hacia esos minutos que acaban de suceder, quería que alguien viniera a zamarrearme y a gritarme a la cara que esto había sido de verdad. Llegué a la casa, no estaban mis padres, encendí otro cigarrillo, más una taza de café, puse música muy suave, quería reflexionar sobre todo, pero me fue imposible. Su rostro no se despegó de mí ni un solo momento, recordé hasta el más mínimo rincón de sus facciones, su piel, sus manos sobre mis mejillas, su beso estaba latente aún, sus palabras, su tranquilidad. Siento que me he enamorado, quise decirle que lo amaba, quise decirle que se quedara conmigo, quise besarlo y no dejarlo ir. Ahora pienso, que no tengo otra vía de reencuentro más que el propio destino, si es que existe, si es que ahora quiere ser parte de mi implora. Su última frase es lo que abre las posibilidades, también diré lo mismo, ‘nos volveremos a ver, estoy segura’, debe ser así, si una vez más las confabulaciones celestiales, de las que tanto hago mención con mi querida Clau, están de mi lado y quieren que una simple mortal viva su sueño constante, en carne y huesos, y pueda amar infinitamente al muchachito aquel que le devolvió la vida y la convicción, que hizo de ella la protagonista de sus propias fantasías.

Realmente Te amo.
Espero el día.

*

Lila

domingo, 6 de septiembre de 2009

De alguna vez.

(quería dejar registro de este escrito en este espacio)

Querido:

Debo compartir mi deseo.Correr el riesgo sería interesante, volver a mirarte, pararme de frente, mostrarme nuevamente dispuesta a ti y a tus manos, sin pudores, libre, -eso si-, bien libre y sin ataduras. Como para matar el sentimiento, -digo yo- de una buena vez y con algo de pasión mundana, quizás es por eso que dicen que en batalla del bien y el mal, triunfa el mal cuando a uno le deben o roban algo; eso desintegra el buen pasar, el buen pensar y el amor en ocasiones. Que fácil se ve todo de esa manera, sería interesante volver a nacer bajo la luz vengativa de aquellos tiempos en los que todo temía bajo mis tacones, ahí me hacía notar cual loba defendiendo a sus crías, bajo lunas redondas, no la de los enamorados, si no la de las noches envuelta en aromas concupiscentes.


Que más da, lo acepto, extraño esos sábados tibios, bebiendo Martini en aquel bar, nuestro fiel cómplice de fugaz ardientes, nuestro encuentro aparentemente casual, siempre a las nueve, yo con sombrero rojo, de lazo grueso y vestido del mismo color a media pierna, tú con traje de lino color capuccino, unos ojos verdes que devoraban mis caderas, y el humo de tu cigarrillo difuminaba algo de pasión para que la gente no nos delatara. No le hacíamos mal a nadie, huíamos en el más profundo secreto, a dos cuadras del bar, el pequeño motel oscuro nos recibía sin tomar en cuenta nuestro único pecado, el amarnos descontroladamente.


Nunca volví a vivir mañanas así, contigo tejido a mi cuerpo, impregnados de sudor, vertiente de placer, olor a café y merengue, risas delirantes y un día entero para olvidarnos.Yo te amaba, tú me amabas, pero quizás éramos demasiado huraños para abandonar nuestras vidas revueltas y convertirlas en una sola, así como lo hacíamos en piel y alma. Pero no estuvimos dispuestos a decirnos nada, sólo besábamos para mantener el candor latente a nuestro próximo encuentro, pero palabras de las que se lleva el viento, no se emitieron jamás.


Pasaba el tiempo, y nada rompía la rutina, excepto porque acá adentro, cada vez crecía más la necesidad de tenerte a mi lado, ya no podía dejar de pensar en tu ser ni un solo segundo, te quería conmigo, te imaginaba por las calles, y comenzabas a adherirte en mis pasos, ya un día no me servía para olvidarte, enloquecía de amor, y me asustaba a la vez, no podía estar enamorándome, yo no nací para eso, me había jactado de ser buena amante para toda la vida, pero esto era distinto. Y entonces comencé a no querer tus manos acariciando mi pecho, más bien soñaba con tu boca diciendo un te amo, ya no anhelaba desmedidamente tu respiración exaltada sobre la mía, quería un suspiro provocado por el simple roce de mis manos a las tuyas.


Mi vida se tornó tortuosa, los sábados eran amargos, los esperaba ansiosa, pero una vez en esos momentos, me daba cuenta que tu no sentías lo mismo que yo había descubierto, tú seguías mirándome como medio de liberación, seguías sujetando fuerte mi cintura contra tu cuerpo en vez de acariciarme en la mejilla, seguías llamándome por mi nombre, y seguías adulando mis vestidos porque te parecían provocadores. Mientras, yo, me tragaba mi propio llanto y este sentimiento tan extraño, pero te tenía de todas formas, y temí perderte definitivamente si al menos una palabra se arrancaba de mí.


Pero lo siento, nunca lo pude evitar, el sexo comenzó a ser distinto, la luna era diferente. No podía fingir, me estabas matando, tu deshacías tus rebeliones contra el mundo incomprendido entrando en mi carne, pero yo olvidaba el frenesí cada vez más, y lo transformaba en un amor tan profundo que se alimentaba como fuere sólo con tu imagen ausente.


Un día, te lo dije, ¿Recuerdas?, ‘ya no siento lo mismo de antes, te quiero amar de otra manera, quiero una vida contigo, viajar, y bailar enamorados por las calles, quizás tener hijos y vivir en paz eterna, alejados de la ciudad, te amo, te amo, te amo, con mi alma, con mi ser, me has devuelto el sentido, y a la vez me enloqueces...’, hubo una pausa compleja, me mirabas más que atónito, como si hubiese enloquecido de golpe, y me dijiste con una voz dulce, pero casi burlesca, ‘lo siento querida, pero yo no estoy hecho para eso, esos son sólo sueños de niña, pensé que tu serías distinta, no sé cómo pasó esto de verdad perdóname, pero yo me iré lejos, demasiado lejos’. Y así en ese momento abandonaste tu copa, la mesa de años, el bar de nuestra aventura, dejaste a la mujer que sació tu sed, vestida de rojo y sombrero, con una lágrima deslizándose, sin duda, la más dolorosa que haya brotado en mis vivencias, ahí me dejabas, ahí me olvidabas y sellabas la historia con broche de acero, un recuerdo más, una mujer más o una menos, daba igual, eras fuerte, y tenías lo que querías a penas lo pensabas; desearte suerte era en vano, eras un hombre afortunado, y yo una mujer que acababa de perderlo todo por enamorarse de pasión y libertad.

Han pasado nueve años, mi vida ha sido de la misma manera, uno tras otro, amorío tras amorío, tratando de quitar mis penas, tratando de remplazarte, pero ha sido inútil, será la única y última vez que me enamore por el resto de mi vida, porque me robaste el amor, tú te lo has llevado contigo por donde quieras que hayas estado todo este tiempo, yo en tanto, reparé mi equilibrio poco a poco, pero este vacío jamás se volverá a completar, jamás.


No quiero reprocharte, el error es evidente, pero diré que fueron las circunstancias, créeme que te odié los primero años sin ti, por haberme quitado la luz de mis ojos, por privarme de amar nuevamente, pero hoy te vi en la plaza, junto a la fuente, sentado con un grueso libro negro, nunca imaginé que volverías a esta ciudad, por poco me resignaba a no volver a verte jamás, pero hoy el pasado se personificó frente a mí y temblé de emoción como una niña, pensé en hablarte, pero no lograba idear nada para decirte, así que te observé largo rato y lloré en silencio, pero no era dolor el que se manifestaba esta vez, era alegría pura, eran bellos viajes hacia las primeras noches en tus brazos.


Decidí seguirte, hiciste la misma ruta nocturna: del Bar hacia el pequeño motel escondido entre árboles un par de avenidas más abajo, caminabas lento, como reanudando escenas, pude darme cuenta que llevabas una flor, un hermoso clavel rojo, no quise especular más allá de una visión como mera espectadora, pero sentí nostalgia en tus movimientos, demasiadas pausas para contemplar los lugares, -aquellos que fueron testigos de nuestras hermosas siluetas jugando a ser dueños del mundo y brincando de locura-, me provocaron una irresistible ansiedad por saber que haces por aquí. Llegué rauda a casa, y quise escribirte, -a fin de cuentas me expreso mejor en letras-, y me dirigí al hotel donde te hospedas, allí casi me descubres cuando introduje esta carta bajo la puerta de tu habitación, pero ni te imaginas la emoción que me produjo todo este día remojado en pasado.


No te miento, quiero verte desesperadamente, y sé que tu también quieres que el destino intervenga sobre nosotros y nos reúna casualmente por los mismos sitios que nos vieron pasar hace tantos años, pero esta vez querido, te advierto, yo seré el destino.Te espero mañana a las nueve en el bar de siempre, vestida de rojo y sombrero, una copa y la misma música esperando nuestro baile. Pero pon atención en lo siguiente, Si llegas, te quedas para siempre.



Eternamente tuya
Rossana.
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Lila Andelizha

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Para Ti. Te Extraño.



Si un mensaje llega al paso del viento, para aliviar un poquito la pena
Los ojos de maduro silencio, volverían a correr por las sedas
En mi jardín hace falta la estela, de colores sobre tu cara
Esperando apacible en la hierba, queda siempre la niña callada
‘No llores’ le dicen las aves, ‘no lo olvides’ le cantan las aguas
El nombre que dijo en sus labios, sólo quiere abrazarlo en su alma
¡Vuelve lucecilla a mi campo!, ¡vuelve a darme el abrigo!
¿No sientes como lloran los sauces, por querer nuevamente a su amigo?

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(Vitorio. Te Adoro)



Lila Andelizha