jueves, 25 de febrero de 2010

Los ojos por un montón de palabras.


Me dijeron que era tímida. A veces lo soy, más involuntariamente que con la conciencia de frente. A veces no opinar resulta de tan mal gusto para la gente, a veces callar cuando es mejor de esa manera, resulta tan fastidioso. Y es que es cierto, quién se sentiría bien hablando con una persona sin palabras, que ni siquiera conteste trivialidades frente a una pregunta sencilla y común. Nadie. Yo solía repudiar a esa gente. Pero la peste de la pusilanimidad tocó mi puerta, más bien mi lengua. “Estado contemplativo”, así prefiero llamarle. Bajo los dominios de aquella enfermedad social, suelo observar los ojos, de forma carnívora, leer irracionalmente el movimiento de los labios de mi interlocutor y disfrutar de los sonidos inclasificados de las muletillas y las carcajadas espontáneas que gesticule. Suelo dibujar las facciones de mi hablante, a veces hasta me dan ganas de besarlo y cerrar su palabrerío para disfrutar de la piel. Cuando es señorita, o bien señora, quisiera que también quedara en silencio, un largo rato, quieta, apaciguandonos, para luego estallar y reír hasta suspirar.

Estado Contemplativo, eso es todo, contemplación, análisis absurdos, ideas volátiles, una mente en otro lado, una rutina que llegará luego para afirmarla. Eso.
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Lila

viernes, 12 de febrero de 2010

Ahora necesito decir


Hay una tarde mediterránea, y de pronto el presunto rumbo del viaje de este autobús parece ser el único sentido de mi vida. A ratos bruscamente regreso por una extraña fuerza que está fuera de mi capacidad descriptiva sólo para ver el nombre de los paraderos. Una vez en casa sigue siendo lo mismo, hasta sentir el aroma de un café atardecido o el ruido noticioso en la televisión. Yo no tengo remedio, cada vez que miro las noticias me dan ganas de tirar el maldito aparato contra le pared, porque acaban con mi latencia, con mi “paralelismo” seudomágico en el cual me aparto de este mundo.

Hay gente, mucha gente que critica eso de ser tan “ida”, yo lo soy, y también callada, pero no saben qué feliz me hace saber que se nota, que no es inadvertida mi actitud para con ellos. Me satisface en la medida que siento que en sus comentarios hay envidia y resentimiento. Tal vez esté tan equivocada como las primeras teorías sobre el universo, pero creer que se sabe algo, casi únicamente porque se siente, suele ser mi “gran” virtud.

Ahora estoy en silencio, hace un par de horas estaba sumergida en “Pandora”, mítico planeta de la naturaleza infinita, en toda su gloria, de una raza azul con ojos enormes, de espíritus y almas acopladas con cada árbol, cada planta y con cada ser vivo de su vasta y hermosa tierra. De una amenaza ambiciosa provocada por “la gente del cielo”, nosotros, los dueños de la razón. Creo qué jamás había visto algo tan maravilloso en mi vida, hace un par de horas, no estaba sencillamente “en el cine”, estaba allí, en otro paralelismo, en otra cosmovisión tan exquisitamente realizada, tan poderosamente envolvente y emocionante, tan paradójicamente culpable de tantas reflexiones, de tantas analogías y alegorías que caen directamente a esta parte de la realidad, en este ahora que me cuesta aceptar nuevamente.

Y ahora continúo en silencio, y escribiendo lo que sale lentamente de ese cúmulo de emociones y paradojas. Pienso que esto ha sido como cuando acabas un libro y quedas con esa sensación medio feliz, medio melancólica de haber cerrado la puerta hacia otra dimensión, de tener ganas de continuar en esos viajes, de abandonar el propio, de ser y hacer lo que la imaginación quiere al escribirse en cientos de hojas, quedas con energía, quedas con el corazón apresurado, como cuando das un beso.

Aún no concluye este día, la noche está entrando, las horas fueron bellas, ahora de a poco quedo repasando las imágenes, los vacíos, los segundos, los sueños y no queriendo que acabe, deseando un reloj omnipotente que me permita olvidar su eterno tic-tac girando hacia la derecha.


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Lila