sábado, 13 de abril de 2013

Fui la Femme Fatale



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Siempre he reparado, más bien he concluido, tras esas reflexiones de noches solitarias entre humo y luz de computador, que adoro hacer de una situación cotidiana, un acto dramático en el sentido más puro del concepto. Tengo una afición por manejar las situaciones y de algún modo sentir que con ese dominio de movimientos y palabras construyo un seudofilm, cuyo inicio contemplo a la perfección, en donde su desarrollo y clímax resulta en su incertidumbre sumamente excitante  y donde el desenlace me provoca espasmos de ansiedad. Pero quisiera ser más concreta; adoro conquistar hombres. Adoro la dinámica, sobretodo antes de la acción. Adoro el escenario previo, las miradas de reojo, la sonrisa pícara, el gesto oportuno para llamar la atención, pues adoro la caza y no la presa.
                Específicamente, quisiera detenerme en una experiencia que sin duda alguna jamás podré olvidar. Fui la femme fatale una vez, porque así me propuse serlo en una de mis caserías salvajes –por cruel y profano que suene- que me empeciné por llevar a cabo, en algún período no muy prudente ni lúcido de mi vida. En aquel entonces, yacía yo y mi alma un tanto desorientadas, un tanto rebeldes, con ganas de hacer lo que quisiera en cualquier momento. De pronto las penas de amor te dejan en un vacío profundamente desorbitante.
El muchacho me gustó, me gustó de una forma agresiva. Me derretían sus cortos años, su actitud vehementemente madura, como si estuviera disgustado con la forma errante en la que su edad y su mente no se llevaban muy bien. Para –no- delatar su identidad no quisiera mencionar que era músico, y uno de los buenos. Sus manos eran blancas y largas, sus facciones perfectas, su figura firme y su caminar lo suficientemente cálido como para no llegar a inspirar pedantería. Distinguido, guapo, inteligente, aventurero reprimido, artista, protector. Sólo puedo decir una cosa, era una delicia.
Mi atracción fue inmediata. La de él también. La femme fatale es mi ego más irresistible: impetuosa, sensual, coqueta, manipuladora, arriesgada, distendida, sexual, arrebatada, irracional, inestable; en resumen, una delicia para un muchacho menor, con serios problemas del sentido del deber. Siempre supe que la fémina que se posicionó al frente de él sin temor ni permiso, constituyó uno de sus fetiches más anhelados, la chica mala en el peor momento de su vida.
Sin demoras, me decidí conquistar sus carencias de personalidad, sabía que lo complementaba en la medida que le resultaba sumamente excitante ser conquistado por una salvaje. Supe perfectamente calcular cada uno de los movimientos para entrar en los remotos rincones de su subconsciente reprimido y hacer aflorar todo lo que había en él y en su propia naturaleza enfrascada: nos drogamos, cantamos en la calle, bebimos, nos besamos hormonalmente en una plaza, nos quedamos en el Forestal hasta las cuatro de la madrugada con 3 gados de temperatura, incluyendo una partida de ajedrez. Tal vez el tiempo fue más intenso que el ritmo del reloj.
Desvirtué cada una de sus células, retorcí cada uno de sus principios morales. Violenté cada uno de sus prejuicios machistas y deformé cada pulsación libidinosa que existió. La femme fatale llegó a desmoronar le mente de su víctima, antes de ella, un muchacho que aún poseía algo de esa inocencia más pura de la infancia. A pesar de todos los esfuerzos sobrehumanos por mantener la discreción, cazador y presa perdieron la cordura en un muy oportuno momento. El encuentro de piel, carne, huesos y entrañas se materializó en medio del éxtasis y paredes oscuras. En medio del nerviosismo del primerizo y el desquicio pasional de la mujer despechada. La femme fatale en medio de una danza salvaje invocó a la diosa madre frenética de la lujuria, concupiscente hembra que devoraba a la generosa creación masculina de la madre naturaleza como si desgarrara el cuero de un animal indefenso.
El desgarro fulminante del espacio más noble de su alma, con la más sincera y desvergonzada vanagloria, me satisfizo plenamente. La femme fatale que se apoderó de mí me hizo sentir absolutamente poderosa; enceguecí. Más aún, ahora que puedo observar este episodio de mi vida, puedo reflexionar que al menos para mí, sólo me trajo vacío, más allá de la gratitud que se siente al contemplar la actitud y el ímpetu con los que puedo llegar a moverme o lo peligroso de los bajos instintos, lo vulnerable que somos al liberar pulsiones sin misericordia, desde lo más recóndito de la figura femenina que históricamente ha debido reprimir y acumular su ser más íntegro y natural. Pero sin duda, lo más importante, es que la vida de ese hombre, fue impactada por la fuerza déspota de una mujer redimida pero fuera de sí, inmiscuida en la necesidad de dominar y maquinar sus dotes para librar su propia alma. Y lo he visto, ese hombre ya no es el que era, y seguramente, la femme fatale le robó algo de sí mismo, pero le entregó la cuota de crueldad y resentimiento que se necesita para sobrevivir en un mundo donde todos somos cazadores y víctimas al mismo tiempo.



Lila Andelizha