**
Siempre he reparado, más bien he
concluido, tras esas reflexiones de noches solitarias entre humo y luz de
computador, que adoro hacer de una situación cotidiana, un acto dramático en el
sentido más puro del concepto. Tengo una afición por manejar las situaciones y
de algún modo sentir que con ese dominio de movimientos y palabras construyo un
seudofilm, cuyo inicio contemplo a la perfección, en donde su desarrollo y
clímax resulta en su incertidumbre sumamente excitante y donde el desenlace me provoca espasmos de
ansiedad. Pero quisiera ser más concreta; adoro conquistar hombres. Adoro la
dinámica, sobretodo antes de la acción. Adoro el escenario previo, las miradas
de reojo, la sonrisa pícara, el gesto oportuno para llamar la atención, pues
adoro la caza y no la presa.
Específicamente,
quisiera detenerme en una experiencia que sin duda alguna jamás podré olvidar. Fui
la femme fatale una vez, porque así me propuse serlo en una de mis caserías
salvajes –por cruel y profano que suene- que me empeciné por llevar a cabo, en
algún período no muy prudente ni lúcido de mi vida. En aquel entonces, yacía yo
y mi alma un tanto desorientadas, un tanto rebeldes, con ganas de hacer lo que
quisiera en cualquier momento. De pronto las penas de amor te dejan en un vacío
profundamente desorbitante.
El muchacho me gustó, me gustó
de una forma agresiva. Me derretían sus cortos años, su actitud vehementemente
madura, como si estuviera disgustado con la forma errante en la que su edad y
su mente no se llevaban muy bien. Para –no- delatar su identidad no quisiera
mencionar que era músico, y uno de los buenos. Sus manos eran blancas y largas,
sus facciones perfectas, su figura firme y su caminar lo suficientemente cálido
como para no llegar a inspirar pedantería. Distinguido, guapo, inteligente,
aventurero reprimido, artista, protector. Sólo puedo decir una cosa, era una
delicia.
Mi atracción fue inmediata. La
de él también. La femme fatale es mi ego más irresistible: impetuosa, sensual,
coqueta, manipuladora, arriesgada, distendida, sexual, arrebatada, irracional,
inestable; en resumen, una delicia para un muchacho menor, con serios problemas
del sentido del deber. Siempre supe que la fémina que se posicionó al frente de
él sin temor ni permiso, constituyó uno de sus fetiches más anhelados, la chica
mala en el peor momento de su vida.
Sin demoras, me decidí conquistar sus carencias de personalidad, sabía que lo complementaba en la medida que le resultaba sumamente excitante ser conquistado por una salvaje. Supe perfectamente calcular cada uno de los movimientos para entrar en los remotos rincones de su subconsciente reprimido y hacer aflorar todo lo que había en él y en su propia naturaleza enfrascada: nos drogamos, cantamos en la calle, bebimos, nos besamos hormonalmente en una plaza, nos quedamos en el Forestal hasta las cuatro de la madrugada con 3 gados de temperatura, incluyendo una partida de ajedrez. Tal vez el tiempo fue más intenso que el ritmo del reloj.
Sin demoras, me decidí conquistar sus carencias de personalidad, sabía que lo complementaba en la medida que le resultaba sumamente excitante ser conquistado por una salvaje. Supe perfectamente calcular cada uno de los movimientos para entrar en los remotos rincones de su subconsciente reprimido y hacer aflorar todo lo que había en él y en su propia naturaleza enfrascada: nos drogamos, cantamos en la calle, bebimos, nos besamos hormonalmente en una plaza, nos quedamos en el Forestal hasta las cuatro de la madrugada con 3 gados de temperatura, incluyendo una partida de ajedrez. Tal vez el tiempo fue más intenso que el ritmo del reloj.
Desvirtué cada una de sus células,
retorcí cada uno de sus principios morales. Violenté cada uno de sus prejuicios
machistas y deformé cada pulsación libidinosa que existió. La femme fatale
llegó a desmoronar le mente de su víctima, antes de ella, un muchacho que aún
poseía algo de esa inocencia más pura de la infancia. A pesar de todos los esfuerzos
sobrehumanos por mantener la discreción, cazador y presa perdieron la cordura
en un muy oportuno momento. El encuentro de piel, carne, huesos y entrañas se
materializó en medio del éxtasis y paredes oscuras. En medio del nerviosismo
del primerizo y el desquicio pasional de la mujer despechada. La femme fatale
en medio de una danza salvaje invocó a la diosa madre frenética de la lujuria, concupiscente
hembra que devoraba a la generosa creación masculina de la madre naturaleza
como si desgarrara el cuero de un animal indefenso.
El desgarro fulminante del espacio
más noble de su alma, con la más sincera y desvergonzada vanagloria, me
satisfizo plenamente. La femme fatale que se apoderó de mí me hizo sentir
absolutamente poderosa; enceguecí. Más aún, ahora que puedo observar este
episodio de mi vida, puedo reflexionar que al menos para mí, sólo me trajo
vacío, más allá de la gratitud que se siente al contemplar la actitud y el ímpetu
con los que puedo llegar a moverme o lo peligroso de los bajos instintos, lo
vulnerable que somos al liberar
pulsiones sin misericordia, desde lo más recóndito de la figura femenina que históricamente ha
debido reprimir y acumular su ser más íntegro y natural. Pero sin duda, lo más
importante, es que la vida de ese hombre, fue impactada por la fuerza déspota de
una mujer redimida pero fuera de sí, inmiscuida en la necesidad de dominar y
maquinar sus dotes para librar su propia alma. Y lo he visto, ese hombre ya no es el que era, y
seguramente, la femme fatale le robó algo de sí mismo, pero le entregó la cuota
de crueldad y resentimiento que se necesita para sobrevivir en un mundo donde
todos somos cazadores y víctimas al mismo tiempo.
Lila Andelizha