domingo, 29 de noviembre de 2009
Y siempre ha sido así...
No puedo decir nada. Por ello hay otros que lo haran por mí.
*
Al poseerse, los amantes dudan.
No saben ordenar sus deseos.
Se estrechan con violencia,
se hacen sufrir, se muerden
con los dientes los labios,
se martirizan con caricias y besos.
Y ello porque no es puro su placer,
porque secretos aguijones los impulsan
a herir al ser amado, a destruir
la causa de su dolorosa pasión.
Y es que el amor espera siempre
que el mismo objeto que encendió la llama
que lo devora, sea capaz de sofocarla.
Pero no es así. No. Cuanto más poseemos,
más arde nuestro pecho y más se consume.
Los alimentos sólidos, las bebidas
que nos permiten seguir vivos,
ocupan sitios fijos en nuestro cuerpo
una vez ingeridos, y así es fácil
apagar el deseo de beber y comer.
Pero de un bello rostro, de una piel suave,
nada se deposita en nuestro cuerpo, nada
llega a entrar en nosotros salvo imágenes,
impalpables y vanos simulacros,
miserable esperanza que muy pronto se desvanece.
Semejantes al hombre que, en sueños,
quiere apagar su sed y no encuentra
agua para extinguirla, y persigue
simulacros de manantiales y se fatiga
en vano y permanece sediento y sufre
viendo que el río que parece estar
a su alcance huye y huye más lejos,
así son los amantes juguete en el amor
de los simulacros de Venus.
No basta la visión del cuerpo deseado
para satisfacerlos, ni siquiera la posesión,
pues nunca logran desprender ni un ápice
de esas graciosas formas sobre las que discurren,
vagabundas y erráticas, sus caricias.
Al fin, cuando, los miembros pegados,
saborean la flor de su placer,
piensan que su pasión será colmada,
y estrechan codiciosamente el cuerpo
de su amante, mezclando aliento y saliva,
con los dientes contra su boca, con los ojos
inundando sus ojos, y se abrazan
una y mil veces hasta hacerse daño.
Pero todo es inútil, vano esfuerzo,
porque no pueden robar nada de ese cuerpo
que abrazan, ni penetrarse y confundirse
enteramente cuerpo con cuerpo,
que es lo único que verdaderamente desean:
tanta pasión inútil ponen en adherirse
a los lazos de Venus, mientras sus miembros
parecen confundirse, rendidos por el placer.
Y después, cuando ya el deseo, condensado
en sus venas, ha desaparecido, su fuego
interrumpe su llama por un instante,
y luego vuelve un nuevo acceso de furor
y renace la hoguera con más vigor que antes.
Y es que ellos mismos saben que no saben
lo que desean y, al mismo tiempo, buscan
cómo saciar ese deseo que los consume,
sin que puedan hallar remedio
para su enfermedad mortal:
hasta tal punto ignoran dónde se oculta
la secreta herida que los corroe.
"La Herida Oculta", Lucrecio
viernes, 20 de noviembre de 2009
"De lo más lindo que hay"
Caballos blancos corren en la selva
Selva de mi cabeza que oscurece los ojos
Ojitos bellos, esos que traes por las tardes
Tardes que espero que no sean sólo sueños
Sueños que creo ciertos cuando quiero
Quiero ver mis manos y las del mundo
Mundo que a veces no está hecho para uno
Uno que siempre cree estar fuera de este
Este silencio que existe y mueve la calma
Calma que falta cuando no sé que pasa
Pasa que las cosas se enredan y se atan
Atan las respuestas bien firmes
Firmes son las dudas y también los sentimientos
Sentimientos que huyen muy, muy lejos
Lejos donde mi razón no quiere andar
Andar es alejarse de lo más seguro
Seguro ha sido soñar tantos años
Años que seguirán en mi pecho bailando
Bailando la vida se pasa
Ya ni recuerdo que mencionaba antes, pero no leeré, debo seguir tras la corriente de la conciencia. Quiero decir que siento muchas cosas hoy, estoy en las puertas del infierno, pues, hay una tonelada de cosas que caen de prisa a mi presente, entre los deberes, entre los desajustes, entre mi enclenque metabolismo, entre infinidades de dudas y temores, siempre con temores, siempre con especulaciones, siempre con ideas que no sirven, siempre esperando. Sin embargo, entre los “entres” nombrados, hay uno sólo que me quita el sueño, pues, los otros sólo me complican un poco el día, son ‘normales’ por decirlo de una manera bastante poco verosímil. No indagaré en ese asunto, sólo puedo agregar que soy una mujer desafortunada, o bien, demasiado ingenua (que es lo más probable a mi edad prematura).
¿Qué sigue?, la verdad no quiero aburrirlo, (bueno otra vez esa fue una mentira). Es más, le diré que yo escribo ahora porque “¡ ostia tío que he dicho que me da la jodida y puta gana coño! eh”. Siempre me ha gustado el acento español, lo encuentro demasiado sensual (sí, bien sé que hay por lo menos trescientos millones de humanos a parte de mí que piensan la misma huevada), pero siempre o casi siempre he sido del montón (y lo digo a mucha honra) así que da lo mismo.
Ahora si que no tengo ni la menor idea de hacia dónde iba con todo esto, jajajaj, como si uno pudiera saber eso siempre.
Me he dado cuenta que la música produce alteraciones en mi humor, denante, cuando comencé a escribir escuchaba a The Ramones, lo cual produjo cierto arrebato en mí, y quise “romper la rutina” de este aburrido y mal utilizado espacio en la Web. Si usted no considera que esto haya sido innovador o al menos ridículamente distintito, sepa que no le pediré más disculpas por hacerle perder su tiempo, o por escribir pésimo pero bonito técnicamente hablando.
Ahora suena Supertramp.
¿Qué más?, bueno, sepa usted, que acabo de ver un video de esos que hacen que quieras ir corriendo a un confesionario por la repugnante tendencia morbosa que deambula en nuestras mentes. Un policía Vietnamita yacía tirado en la berma luego de un accidente, con sus extremidades inferiores totalmente desprendidas de su tronco, el que se mostraba absolutamente abierto con todos sus órganos esparcidos por el suelo, prácticamente flotando en un charco de sangre. Lo mejor o peor de todo (dependiendo del nivel de morbo que posea) es que el sujeto estaba vivo, vivísimo y coleando, no, tal vez coleando no, pero se tocaba el vientre con intenciones de encontrar sus piernas e insistía con una calma sorprendente, dirigiéndose a los transeúntes (a esas alturas infinitamente más morbosos que yo) que llamaran a su familia, pues, sentía que moriría en cualquier minuto. Sinceramente, debo confesarlo, soy morbosa, obsesiva, psicópata, perversa, viciosa, entre otras, pero esto fue demasiado, así que en el minuto y treinta presioné el botoncillo para detener el video (considérese que duraba alrededor de cuatro minutos, por lo que se podría concluir que el más morboso de todos fue el individuo que grabó esta incómoda situación)
Bueno, ahora sí que me comienzo a desinflar, las ideas se volaron, además escucho una canción demasiado hermosa I'll Be over You de Toto, que volvió a inspirarme y vino como un serafín divinamente alado a sacarme de un pozo horrible y viciado, en el cual las imágenes de un sujeto sin sus piernas se me repiten una y otra vez, con algo más de culpa, como si me mantuvieran los ojos abiertos con unas pinzas frente a una película interminable, al igual que Alex en la Naranja Mecánica. Cuenta la leyenda que Malcolm MC Dowell quedó con un daño considerable en sus córneas luego de hacer tal escena, debido a que las pinzas utilizadas pasaron a llevar sus ojos en reiteradas ocasiones (y tan lindos que son).
Definitivamente un desastre.
No quería terminar hablando de cosas terribles, entre el Policía desafortunado (como yo también lo soy) y las córneas rayadas de MC Dowell resulta un final tétrico, o trágico, así como el final de Edipo.
Pero considérese que me siento muchísimo más aliviada. Sólo me falta aclarar que hoy es viernes, pero no un viernes cualquiera, puesto que quisiera estudiar en un rato más, o tal vez no, pero pude haber estado haciendo al menos cinco o seis cosas más, las que suelo hacer los viernes, por ser un día tan ameno, un día tan tranquilizante, un día que significa un alto y un respiro en la alienada y rápida vida, termino con esto, no escribo más, termino con una seudo satisfacción de haber cumplido al menos con la tarea de “ocupar” (ocupar en el sentido de "rellenar" burdamente) otro espacio en esta dirección virtual.
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Lila del Pilar Pérez.
sábado, 14 de noviembre de 2009
El Eclipse
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
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Augusto Monterroso
viernes, 13 de noviembre de 2009
¡Alto!, vas mal
martes, 10 de noviembre de 2009
Primera Voz.
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